domingo, 4 de octubre de 2009

No puedo despedir esta argidez

Evoco más: ví, yo lo ví, el ámbito de los lóbulos excitantes, engarzados en las aletas de los peces.   Ví, yo lo ví, los sueltos nudos faciales de un chinchorro fantasma.
Ví, yo lo ví, el diamante vacío, trasudado, de los sierpes pálidos, la figura cargada de los bueyes por lo invisible y a unos triunfantes témpanos pisahojas, que dibujaban un plenilunio de estío.
Yo no ví esa madera de árbol anónimo, ni aquel graznar pegado en el aire, ni las páginas ajadas del haya ni menos el pálido antro de vasallos iracundos.  No, yo no ví ello.
Tampoco ví los rostros, sus rostros feroces.

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