Nudito hacía el viento en los montículos de oro. La atmósfera despedía el fraterno aroma de las resedas áureas. Aquel sitial, junto con ese y el de más allá, era una nítida planicie de lámparas centelleantes, donde iban a brincar los mirlos y zorzalez, tucanes y calandrias. Atiborraba a la mar, una pintada alameda de sales pastosas, espiración rosa de la humedad y el pitar ávido, musical, de las olas azulinas.
lunes, 5 de octubre de 2009
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