lunes, 5 de octubre de 2009

De lejos se oía el violín de la mañana

 
Nudito hacía el viento en los montículos de oro.  La atmósfera despedía el fraterno aroma de las resedas áureas.  Aquel sitial, junto con ese y el de más allá, era una nítida planicie de lámparas centelleantes, donde iban a brincar los mirlos y zorzalez, tucanes y calandrias.  Atiborraba a la mar, una pintada alameda de sales pastosas, espiración rosa de la humedad y el pitar ávido, musical, de las olas azulinas.

No se conocía la enjutez malsana de la oruga


Desde el oceáno emergía el pífano de la fiesta


Con avidez de niños examinaban el baúl secreto de sus esencias.   Buscaban el olor a té, a mazapanes, a senderos inabordables, a agujeros humectantes, que despedían todos sus sueños tremebundos.
Amanecían en las afueras de la playa, atónitos, callados, iluminados por el destello de una luna pensativa.

Las fresas de la mañanita las engullía un elfo



domingo, 4 de octubre de 2009

No se agitaba esa corroña negragris





Junto a los cardúmenes , llegaban los viveros de mariposas pelirrojas, la lengua colórea de las olas, el enjambre de pericotes traviesos y aquel revoloteo monocorde de las garzas.

La corola se resiste a morir



Perdería la fábula erecta de las amapolas, los litros y bolsos de estrellas, el rojinegro de las vértebras sanas, el ébano que fulgía risa y también el llanto desde la covacha de una piedra.
Perdería el disco musical de las calabazas y la alcánfora rubí de las vacadas.
Perdí la muletada de cirios.
Un profundo vacío triste se hizo en mis sienes.

Las nubes están vomitando acre



¿ Deseas hablar de la atmósfera ?  Bien, anda a aquel algarrobo y no le susurres dormido, sino míralo, desarrópalo en tus cuencas, ingurgita su carne pajiza, trágate su hondo gesto,envuélvete con su pelliza senil y alumbra todavía más con tus pupilas la lámina blancoamarilla de su tronco.

No puedo despedir esta argidez

Evoco más: ví, yo lo ví, el ámbito de los lóbulos excitantes, engarzados en las aletas de los peces.   Ví, yo lo ví, los sueltos nudos faciales de un chinchorro fantasma.
Ví, yo lo ví, el diamante vacío, trasudado, de los sierpes pálidos, la figura cargada de los bueyes por lo invisible y a unos triunfantes témpanos pisahojas, que dibujaban un plenilunio de estío.
Yo no ví esa madera de árbol anónimo, ni aquel graznar pegado en el aire, ni las páginas ajadas del haya ni menos el pálido antro de vasallos iracundos.  No, yo no ví ello.
Tampoco ví los rostros, sus rostros feroces.